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Sólo es sostenible si es para todas.

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Ecológico: te salva y ayuda al planeta.

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¿Dejamos de comprar la Fruta perfecta para evitar cosechas "a terra"?

Tras abrir twitter esta mañana, me ha sorprendido un tweet de  @cintallano en referencia a otro de @Roberto_R_R




En este caso se hace crítica a un artículo del periódico El País. Está claro que el tweet de @el_país crispa a aquellos que nos hemos desarrollado formativa y profesionalmente en el ámbito ambiental.


Desde mi mayor respeto a la opinión de otras personas, he decidido escribir este artículo aportando mi visión personal y profesional al respecto, siempre desde mi experiencia.



Lo que más me ha sorprendido del artículo ha sido la mención únicamente de personas del ámbito de la explotación de recursos. Este fue mi argumento principal para estudiar Ciencias Ambientales y no Ingeniería de Montes o Agrónomos. Hace 16 años, en estas facultades aún se incluía profesorado “de la vieja escuela”, donde lo fundamental era valorar qué especies arbóreas/arbustivas podían generar un crecimiento más rápido para establecer antes unos beneficios económicos sin tener en cuenta la realidad paisajística, ecológica y ambiental. Por suerte estos planteamientos cada vez se han ido reduciendo y ahora los equipos de trabajo del ámbito ambiental son mucho más multidisciplinares, integrando visiones más enriquecedoras.


Con todo este preámbulo, pensemos en la realidad alimenticia actual. Es cierto que cada vez existen más habitantes en nuestro planeta (indiscutible) y que eso nos lleva a requerir más recursos (incuestionable). Pero lo más importante es pararse a pensar y plantearnos cómo estamos empleando los recursos disponibles los países desarrollados.


Como muchos sabéis, he tenido el placer de vivir en el medio rural y en diferentes comunidades autónomas. Hablaré de los casos que conozco pero estoy convencida que lo que voy a contar ocurre en el resto de España y de países desarrollados.



Desde mi ventana el año pasado veía un gran campo de melocotoneros. Salía a pasear cada día con mi perro por el “ager” y veía transcurrir las estaciones y las cosechas con el paso de los días). No podéis haceros una idea de la cantidad de kilogramos de naranjas, mandarinas, almendras, pimientos, alcachofas, sandías, calabazas, melones, melocotones, tomates, uvas, pepinos, higos…que he visto descomponerse en la tierra día tras día.







La culpa de todo esto la tenemos lamentablemente todos los consumidores. Tenía la suerte de poder hablar de estas cosas con mi vecino (agricultor de más de 60 años) para que él me explicara. Aquí se trabaja por cooperativas agrarias (la forma de asegurarte que te compren tu fruta). En el caso del melocotón o la naranja (porque es de lo que más hablábamos) mayoritariamente se exporta a Alemania y países similares. El kilogramo de esta fruta se pagaba baratísimo al agricultor. Antes de cosechar tenían que medir la cantidad de azúcar en el interior de la fruta y cuando estaba “en su punto” pedir permiso a la cooperativa para llevarlo (“coger turno”). La parte de la cosecha que estaba madura en ese turno es la que entraba en cooperativa. Las unidades que iban más adelantadas o tardías “a terra”. No compensaba volver en varios días para ir retirando progresivamente la fruta (más jornales) porque si no cumplías ese estándar no te lo compraban o asumías precios irrisorios. Evidentemente sólo valían aquellas unidades que tenían un diámetro específico y sin ninguna mota de imperfección en la cáscara. El resto “a terra” (por cierto, mi vecino se reía mucho cuando en pleno agosto le hacía espuma de melocotón con la Thermomix. Yo había congelado melocotón en trocitos y los descongelaba para estas recetas. También hacía mi mermelada).


Cuando vamos al supermercado compramos las naranjas más brillantes (les ponen cera ¡qué gasto de recurso más ilógico!), las de un tamaño medio (no la queremos grande ni pequeña), sin ningún tipo de imperfección,…pero es lo que demandamos los consumidores (las propiedades “viasuales” ante todo porque el reto de propiedades organolépticas nos dan igual). Queremos gastar tomates todo el año (cuando yo era niña sólo había tomates en los meses de verano. El resto del año el tomate era en conserva. Además ahora no queremos “encontrar tropezones” (lo que me cuesta ahora encontrar una sandía con pepitas) y alteramos las variedades agrarias generando auténticas aberraciones. Perdemos diversidad de semillas en el ámbito agrario (hay variedades de semillas de legumbres,…que se están perdiendo, se han hibridado, hay que hacer bancos de semilla,…)


Además, cada vez  tenemos más problemas de salud: cáncer, colesterol, hipertensión…¿Qué está pasando?


Lamentablemente, perdí  a mi suegra hace 15 días por un cáncer. Tras el difícil año que hemos vivido en la familia, estuve leyendo algunos libros sobre alimentación anticáncer. Lo que me sorprendió de estos libros fue pararme a reflexionar sobre la alimentación que actualmente ingerimos. En mi casa no consumo muchas de las cosas que de niña sí comía. Dejamos de lado las verduras de temporada y nos pasamos a lo que queremos todo el año. Precisamente en estos libros se hablaba de que la verdura tiene su máximo de vitaminas en su momento justo, por las condiciones climáticas adecuadas que ha recibido (no por estar bajo un plástico). Entonces ¿estamos aportando a nuestro cuerpo las vitaminas y elementos que realmente son beneficiosos para nuestro cuerpo? Comemos, sí pero ¿lo que comemos es lo que requerimos? Hemos dejado de consumir coliflor, lombarda, repollo, remolacha en los meses de invierno para seguir consumiendo las verduras de verano: calabacín, tomate, pimiento,…Mi madre es amante de recolectar de todo en el campo así que de niña me tocaba comer verduras silvestres (bastante amargas, por cierto). Así, en mi casa tomábamos verdolaga con el ajoblanco, achicorias, espárragos trigueros y otro sin fin de nombres raros que mi madre decía (por su puesto en su jerga extremeña ¿a que nunca habéis oído hablar de azufaifas?). Y no hablemos del pescado…en nuestro tiempo se comía calamar, no pota y nada de fletán o panga.


En Japón la población, desde que está occidentalizando su dieta está aumentando de peso.



No he hablado de pesticidas y fertilizantes y sus consecuencias al medio (y a la salud): empobrecimiento de las cualidades del suelo, agotamiento de minerales, contaminación del propio suelo y del resto de elementos del medio natural (ríos, aguas subterráneas, especies,…). Si pretendemos que una zanahoria esté lista en la mitad de tiempo (o menos) de lo que requiere realmente en tierra, echamos más fertilizantes y esa zanahoria en poco tiempo se adueña de los nutrientes que requiere. Pero es que además volvemos a plantar zanahorias en el mismo sitio, que requiere otra vez los mismos nutrientes y cada vez empobrecemos más al suelo en esos minerales concretos y por tanto tenemos que añadir fertilizantes. Como además hay carencias (de agua, de nutrientes,…) aparecen plagas y “bichitos indeseados” y con ello por supuesto echamos mano de los pesticidas. Se convierte en la pescadilla que se muerde la cola.


Tampoco me olvido del sinsentido de los cultivos actuales. Antiguamente casi ningún cultivo era de regadío, ahora prácticamente todos.

Fuente: Anuario de Estadística Avance 2014 MAGRAMA
Se puede entender que estamos ante una situación de cambio climático y que a lo mejor necesitamos agua para cultivar pero ¿por qué no reflexionamos sobre qué cultivos podemos plantar con el menor número de aporte de recursos en un área? Unos ejemplos: el tomate, siendo un producto tan carnoso, entenderéis que requiere agua ¿no? Pues mirad estos datos y fijaros en Andalucía y Extremadura:


Fuente: Anuario de Estadística Avance 2014 MAGRAMA

Así que, si como asegura El País en su artículo hay que dejar de comer fruta y verdura ecológica, que me digan cómo pretenden garantizar la estabilidad de los ecosistemas naturales y qué efectos se producirán en la salud de la población si continuamos este despropósito de dejar perder las cosechas en el suelo y seguir aplicando químicos a la tierra para aumentar “la productividad”(en cantidad, que no en calidad) de las cosechas.


En conclusión, tal vez deberíamos plantearnos campañas de sensibilización al consumidor para que dejemos de comprar “la fruta perfecta” según los cánones que nos han marcado, informar acerca de la mejor época para adquirir los productos, etc. Tal vez deberíamos pararnos a reflexionar sobre lo que comemos.


Por cierto, que ya que hablamos de recursos, me pone mala la moda de todo embandejado y me voy a la frutería para comprar al peso, de modo que todo me lo pongan en la misma bolsa (patatas, cebollas, fruta…).


Y con todo esto, espero haber hecho reflexionar a más de uno. Sé que este artículo tendrá muchos detractores pero también mucha gente que opina como yo. He pretendido exponer argumentos que yo misma he visto con mis ojos, tratando en todo momento de respetar la opinión de todos.