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La ropa de invierno y otros inventos para ahorrar en la factura energética

Las facturas del gas y la luz pueden suponer un disgusto en los meses invernales, diciembre y los gastos navideños, enero y su famosa cuesta… Ya sabemos que se han encarecido, por lo que necesitamos conocer las mejores ofertas para no pagar de más, pero una gran parte de culpa de que el importe sea tan alto procede de nuestros malos hábitos.

Aunque poco a poco vamos concienciándonos, aún hay muchas personas que tienen temperaturas tropicales dentro de casa para poder andar ligeros de ropa, los mismos que en verano crean un ambiente gélido y se resfrían con 40 grados en la calle. Las buenas prácticas surgen de pensamientos simples y evidentes: si tienes frío, ponte ropa.




No pasa nada por estar en casa con dos o tres piezas de ropa que nos abriguen, evitando así alcanzar temperaturas de sauna. ¿Tan incómodo se está con una camiseta de manga corta, otra larga y una sudadera? ¿Y lo acogedor que es tumbarse a ver la televisión con una mantita? Sencillas costumbres que nos darán confort mientras mantenemos una temperatura razonable dentro de nuestra vivienda.

Hay que recordar que cada grado que aumentamos en el termostato supone un incremento significativo en el dinero que pagamos por el suministro de gas o luz. Y no está el momento para saltarse los detalles. El aumento del coste de la electricidad obliga a muchas familias a hacer malabarismos en los meses invernales y el poco tacto de algunas compañías suministradoras no ayuda.

Debemos prestar atención a las ofertas que nos hagan. Con todos los problemas derivados del encarecimiento de los suministros, las palabras “descuento” o “rebaja” cobran mucha importancia. No podemos dejarnos llevar por la verborrea del primer comercial que se presente en nuestra puerta o nos llame por teléfono, es conveniente pensar dos veces lo que vamos a hacer.

Muchos de esos descuentos están asociados a diversos seguros: uno para la caldera, otro para los electrodomésticos, incluso alguno más específico. Para que los contratemos, suele venir asociada una rebaja en el gas o la luz, normalmente muy llamativa por su alto porcentaje, pero que luego no es tan lucrativa al aplicarse sobre un importe reducido, de apenas unos euros.

Un descuento del 20% en el término de potencia de la electricidad puede ser sugerente, pero depende de la potencia que tengamos contratada y si resulta en una rebaja de 3 euros en cada factura por haber contratado un seguro de 5 euros mensuales, nos supone perder dinero. Además, en ocasiones estas pólizas son innecesarias si tenemos ya otras contratadas que nos cubran los mismos daños, por ejemplo un seguro del hogar o alguno contratado obligatoriamente con la hipoteca.

Es conveniente que revisemos periódicamente el detalle de nuestra factura porque estos descuentos, que en ocasiones sí que salen rentables, suelen ser temporales, de forma que cuando se terminan, si seguimos con el contrato que los facilitaba, estaremos pagando un seguro que tal vez no nos haga falta y que ya ni siquiera nos reporte un beneficio económico.

Una factura clara y saneada es un ingrediente esencial en la receta del buen ahorrador. Comprueba las condiciones de tu suministrador y no dudes en cambiar si no te convence o si te está cobrando algo que no debería o no necesitas. Compara entre las distintas compañías de luz y gas y elige la que tenga la mejor oferta, sin trampa ni cartón. Tómate tu tiempo para conocer a fondo los detalles de cada una y conseguir el mejor plan de pago, el esfuerzo merecerá la pena.
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Patente de corte

Me sorprendo hoy al ver un anuncio en televisión de un queso previamente cortado al que denominan “el original”. Esta táctica de remarcar la originalidad o la autenticidad de los productos es muy común en estos tiempos en que todo se imita y la idea de una empresa pronto es copiada por los rivales. Entonces, al pionero solo le queda recurrir a su condición de ser quien ideó la innovación. Afortunadamente, el consumidor responsable está alerta de esta y otras estrategias de venta.



Lo que me sorprende de este caso es que se presume de ser el primero en cortar un trozo de queso. Reflexionemos. Entiendo cuando Volkswagen registró la denominación TDI para sus motores turbodiésel de inyección, impidiendo que otras marcas la usaran. En su alegato, ser los inventores de esta novedad que supuso un punto de inflexión en la historia de los motores de combustión interna. Estamos hablando de toda una revolución automovilística de la que pueden seguir presumiendo décadas después.

Pero esta vez el reclamo es sobre cortar un trozo de queso, algo que hacemos todos los que compramos trozos de queso cuando llegamos a casa. La actividad consiste en coger un cuchillo y cortar pedazos al gusto para poder comerlo. No conozco a nadie que lo comiera a bocados hasta la llegada del queso previamente cortado a las tiendas, aunque no dudo que pueda existir.

Entiendo la innovación, puede parecer una idea evidente pero ellos fueron los primeros en vender un queso cortado y listo para consumir y a nadie antes se le había ocurrido. Pueden estar tan orgullosos como el primero que comercializó un bote de pepinillos en rodajas o un paquete de pan sin corteza. Sus ideas ahorraron al consumidor entre uno y tres minutos que pudiera invertir en cortar esos alimentos antes de ingerirlos, además de evitar que se ensuciara un cuchillo de más.

Lo que no concibo es que el consumidor responsable caiga en estas trampas del marketing y pague más por un producto que, en esencia, es el mismo de antes, pero se encarece por ahorrarnos sesenta segundos. De hecho, no es del todo igual porque, para más inri, parece que pierde sabor si lo adquirimos ya cortado.

Si compramos un pan de molde con corteza y se la quitamos en el momento de preparar el sándwich, nos podemos ahorrar unos céntimos. Igual si compramos enteros los pepinillos, la cuña de queso o los champiñones. Puede parecer una cantidad irrelevante pero el consumidor responsable sabe que céntimo a céntimo se consigue el gran ahorro.

Eso sí, recordad que este método de cortar en casa los productos para no pagar de más innecesariamente no es extrapolable a todos los campos. No os recomiendo comprar una barra entera de chóped o el costillar de una vaca porque podéis tener problemas para trocearlos en casa si no disponéis del material ni los conocimientos adecuados. Hay trabajos que es mejor dejárselos a los profesionales.
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Patente de corte

Me sorprendo hoy al ver un anuncio en televisión de un queso previamente cortado al que denominan “el original”. Esta táctica de remarcar la originalidad o la autenticidad de los productos es muy común en estos tiempos en que todo se imita y la idea de una empresa pronto es copiada por los rivales. Entonces, al pionero solo le queda recurrir a su condición de ser quien ideó la innovación. Afortunadamente, el consumidor responsable está alerta de esta y otras estrategias de venta.



Lo que me sorprende de este caso es que se presume de ser el primero en cortar un trozo de queso. Reflexionemos. Entiendo cuando Volkswagen registró la denominación TDI para sus motores turbodiésel de inyección, impidiendo que otras marcas la usaran. En su alegato, ser los inventores de esta novedad que supuso un punto de inflexión en la historia de los motores de combustión interna. Estamos hablando de toda una revolución automovilística de la que pueden seguir presumiendo décadas después.

Pero esta vez el reclamo es sobre cortar un trozo de queso, algo que hacemos todos los que compramos trozos de queso cuando llegamos a casa. La actividad consiste en coger un cuchillo y cortar pedazos al gusto para poder comerlo. No conozco a nadie que lo comiera a bocados hasta la llegada del queso previamente cortado a las tiendas, aunque no dudo que pueda existir.

Entiendo la innovación, puede parecer una idea evidente pero ellos fueron los primeros en vender un queso cortado y listo para consumir y a nadie antes se le había ocurrido. Pueden estar tan orgullosos como el primero que comercializó un bote de pepinillos en rodajas o un paquete de pan sin corteza. Sus ideas ahorraron al consumidor entre uno y tres minutos que pudiera invertir en cortar esos alimentos antes de ingerirlos, además de evitar que se ensuciara un cuchillo de más.

Lo que no concibo es que el consumidor responsable caiga en estas trampas del marketing y pague más por un producto que, en esencia, es el mismo de antes, pero se encarece por ahorrarnos sesenta segundos. De hecho, no es del todo igual porque, para más inri, parece que pierde sabor si lo adquirimos ya cortado.

Si compramos un pan de molde con corteza y se la quitamos en el momento de preparar el sándwich, nos podemos ahorrar unos céntimos. Igual si compramos enteros los pepinillos, la cuña de queso o los champiñones. Puede parecer una cantidad irrelevante pero el consumidor responsable sabe que céntimo a céntimo se consigue el gran ahorro.

Eso sí, recordad que este método de cortar en casa los productos para no pagar de más innecesariamente no es extrapolable a todos los campos. No os recomiendo comprar una barra entera de chóped o el costillar de una vaca porque podéis tener problemas para trocearlos en casa si no disponéis del material ni los conocimientos adecuados. Hay trabajos que es mejor dejárselos a los profesionales.