Publicado en: productor de sostenibilidad por alvizlo. Texto original
Si alguna vez has estado un lunes al sol seguro que has visto la escena en algún parque de tu barrio. Se repite después de cada fin de semana, especialmente en primavera, a medida que alargan los días y avanza el termómetro. Un operario municipal (eufemismo para referirnos a una persona subcontratada en precarias condiciones laborales en el contexto del contrato de limpieza adjudicado a una empresa constructora) se pasea recogiendo del suelo latas de bebidas, paquetes de tabaco vacíos y otros residuos varios que se acumulan alrededor de papeleras rebosantes, tirados debajo de los bancos, magistralmente puestos en un equilibrio inestable sobre algún columpio infantil…
Barre las hojas que deja en el suelo el otoño, la marcescencia estival o la plaga de turno. Los folletos publicitarios de la inmobiliaria, las tarjetas que muestran cuerpos sometidos a la explotación más antigua del mundo, los catálogos del hipermercado… Pasa horas arrastrando grandes bolsas que llena y acumula en una esquina del parque, a la espera de que llegue la furgoneta o el camión que llevará esa mezcla de residuos directamente a vertedero.
Cansado de tanto trajín, le llega el turno al arenero donde se ubican los columpios. Sin fuerzas para mover el rastrillo, tapará un poco los excrementos de los perros que libremente han paseado por la zona infantil. Con la excusa del bienestar de sus animales, algunos desaprensivos los sueltan a sus anchas, mientras el móvil les da la coartada perfecta para no darse por aludidos de sus obligaciones higiénicas.
El domingo por la mañana la escena es algo distinta. Las niñas y los niños se manchan de mierda y se cortan con latas oxidadas mientras escavan en la arena. Los progenitores se quejan de la falta de educación de los adolescentes que hacen botellón. Algún abuelo echa la culpa de la suciedad a esos extranjeros que duermen en pisos patera y se pasan toda la tarde vagueando en el parque con tal de no subir a sus casas. Alguien discute con un macarra que achucha a su perro de presa para exhibir ante los colegas la potencia del can.
Alguien clama en el desierto por un poco de civismo. ¿Qué enseñan en los colegios? Necesitamos más educación, que esto no es un estercolero. ¡Por favor! Miren como está todo. Somos unos guarros. Muy guarros.
No le falta razón. Sabiendo que la escena no es nueva, que lleva décadas repitiéndose, me pregunto:
- ¿Por qué seguimos vendiendo refrescos, cervezas, patatas fritas, pipas, caramelos y todo tipo de productos en latas y plásticos de usar y tirar?
- ¿Por qué no se incentiva la devolución del envase usado al comercio que vende producto envasado?
- ¿Por qué los ayuntamientos no exigen a Ecoembes los recursos para recoger adecuadamente los envases adheridos a su sistema que acaban abandonados en calles, parques, plazas y jardines?
Es cierto. Somos unos guarros, en más de 20 años no hemos sido capaces de llevar la bolsa de gusanitos desde el banco del parque hasta el contenedor amarillo. El viento las arrastra y acaban como fósiles modernos que encontramos en un paseo por la playa:
- ¿Cuánto tiempo llevará esto flotando aquí?
- Es la marca que comíamos cuando éramos pequeños ¿te acuerdas?
- Si claro, hace más de 10 años que no los venden con este nombre.
¿Podemos cambiar estas escenas con otros 20 años de educación y concienciación ambiental? Quizá sí. Si enseñamos al Ayuntamiento a trasladar los costes de la limpieza urbana al sistema integrado de gestión al que están adheridos los envases que recoge el empleado de la subcontrata.
Quizá trasladando ese coste al responsable de la puesta en el mercado del producto envasado se liberarían recursos para vigilancia y aplicación de las sanciones previstas en las ordenanzas sobre tenencia de animales domésticos.
Tal vez podríamos enseñarle al distribuidor de bebidas enlatadas que su modelo de negocio genera un problema. Que está muy bien fomentar y favorecer el consumo compulsivo, pero afecta a la salud de las personas y genera una cantidad de residuos que hay que gestionar.
Quizá si los envases vacíos se admitiesen de vuelta en los establecimientos que los venden, el operario de parques y jardines podría dedicar su tiempo y esfuerzo a mantener unas condiciones higiénicas en las zonas infantiles. Tal vez esto nos ahorraría los costes sanitarios de tratar los crecientes casos de enfermedades transmitidas desde las heces de perros y gatos a los, cada vez más escasos, niños que juegan en los parques.
Con menos dinero público destinado a recoger envases adheridos al sistema integrado de gestión tendríamos más opciones de instalar y mantener fuentes públicas de agua potable, donde todas las personas podrían beber, sin necesidad de comprar bebidas azucaradas con su correspondiente coste sanitario.
Es más, si los parques pudiesen ser lugares de encuentro seguros para la infancia quizá sería más fácil integrar a todos los niños y las niñas en un modelo de educación inclusivo, donde todos sean parte de la solución. Lo mismo les daba por colaborar, compartir y proponer nuevos modelos de desarrollo más sostenibles.
Necesitamos más educación y civismo para crear círculos virtuosos que nos permitan avanzar en sostenibilidad. Pero no podemos culpar de los problemas complejos a la falta de educación del conjunto de los ciudadanos. Porque, en el tema particular de los residuos, si nos centramos únicamente en pedir más educación y civismo:
- Exculpamos al que fabrica envases que no se pueden recuperar para el reciclaje.
- Libramos de su responsabilidad a quien utiliza envases de usar y tirar en su modelo de negocio.
- Legitimamos a quienes toma decisiones que no mejoran el sistema de recogida y gestión de residuos.
Quizá el civismo que necesitamos pasa por revisar modelos de negocio. Si la estrategia de una empresa pasa por comercializar productos que afectan a la salud, el medio ambiente, la limpieza de las ciudades… tendrá que asumir los sobrecostes que genera.
Somos unos guarros todos. Pero cuando las empresas deciden si sus productos y sus campañas de publicidad sirven a personas responsables o se benefician del incivismo. Y las personas tenemos que movernos dentro de las pocas opciones que nos dejan esas empresas. Eso sí, con educación y civismo.
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