Publicado en: productor de sostenibilidad por alvizlo. Texto original
Su historia empezó cuando el abuelo tuvo que jubilar el viejo 127. Color gris metalizado (que le daría el apodo de Silver, como la montura de El llanero solitario) era el coche disponible en el concesionario en aquel momento. También traía elevalunas eléctrico como único extra de serie. Por no tener no tenía ni altavoces, como pudimos comprobar cuando, heredado, corrimos a comprarle un radio cassette. Fue unos días después de que el abuelo nos sorprendiera con que dejaba de conducir. No se sentía con ánimo o fuerzas de renovar el permiso de conducción. Quizá los problemas de vista que detectaríamos años más tarde empezaban a jugarle malas pasadas al volante.
Así fue como jubilamos el BX, que esos días había quedado en coma, necesitado de una cierta inversión para volver a andar. Pasé de conducir un vehículo que se medía en eslora (y chupaba gasolina sin cesar) a un utilitario que se aparcaba en cualquier parte y cuyo consumo, de diesel, era comparable al de un mechero. Mimado al extremo, aquel coche cuyo máximo recorrido habían sido un par de visitas a Cuenca empezó a conocer mundo: los nietos de su anterior usuario lo condujimos por la costa mediterránea hasta llegar a dar una vuelta por el trazado del mítico circuito de Montecarlo, a conocer las playas del Algarve portugués y la puesta de sol en cabo de San Vicente, de vuelta a Francia para recorrer los castillos del Loira…
Saqueado en Montpellier, debía ser un coche fácil de robar. Con o sin daño aparente en la cerradura, cada poco tiempo alguien lo abría, hasta que acabamos por no dejar nada dentro. La cartera con la documentación pasó a ser un bolsito con los papeles, los chalecos, la llave de tuercas, el frontal de la radio y cualquier otro elemento móvil que hubiese sido pertinente llevar a bordo. Nada que ver con la colección de chatarra que acumulaba el maletero del BX y que fue desapareciendo del 106. Quizá la combinación cortacorriente y antirrobo previnieron algún cambio de dueño no deseado, pero no impidieron un vuelco al corazón cuando en un paseo (andando) encontramos en la otra punta del barrio un coche del mismo modelo, color y letras de matrícula. Un análisis más detenido de una pegatina similar en la misma ubicación y los números de la matrícula llevaron a la conclusión de que se trataba de otro coche diferente.
El 106 también se aficionó a distintos recorridos por la Reserva de la Biosfera de la Sierra del Rincón y alrededores. En uno de ellos resultó bautizado por el primer vómito in itinere del segundo bisnieto del dueño original. Visitas comerciales y técnicas a distintos polígonos industriales de la geografía nacional, viajes de vacaciones, testigo de alguna que otra boda, prisas para llegar a tiempo a un curso en Pozuelo y otras batallas inconfesables completan un curriculum que incluye la recuperación del siniestro total que llevaría a cambiar su titularidad. ¡Menudo susto se llevó la abuela cuando llamó la policía para decir que habían encontrado el coche accidentado! Mientras el nieto, en casa, ignoraba que alguien, dado a la fuga sin dejar rastro, había empotrado el 106 contra el que estaba aparcado delante, reventando y destrozando una rueda contra el bordillo… gastos en el límite de lo que el seguro a todo riesgo estaba dispuesto a cubrir. Después de aquello quedó a terceros con asistencia en carretera.
Y menos mal, porque llegamos a la visita a Tejera Negra. La segunda para el 106. En esta ocasión excursión completa: Hayedo y pueblos negros. Kilómetros de curvas con resultado fatal. Allí, en Majaelrayo, donde hace mucho que no llega nadie, se le vio circular por última vez. Quise arrancarlo de su plácido descanso en la plaza del pueblo (casualmente captado en la imagen que ilustra esta entrada), pero se negó en rotundo. Un pequeño amago me animó a intentarlo en caliente, bajando la que sería su última cuesta. Pero ni por esas, la técnica aprendida con el BX y puesta en práctica en reiteradas ocasiones no dio resultado esta vez. Con ayuda de unos voluntariosos paisanos hubo que arrinconar el 106 en la cuneta y llamar a la grúa. El ágil protocolo del seguro nos tuvo allí velando al coche hora y media hasta que vinieron a por él. Y otras dos más compartiendo batallas con los personajes locales hasta que, finalmente, llegó el taxi que nos devolvería a casa, a eso de la 1:30 de la madrugada. Podría haber sido peor, porque el de la grúa no sabía que tenía que confirmar la carga del coche como paso clave para autorizar la salida del taxi. En cualquier caso agradecido de poder contarlo como una anécdota más.
La triste noticia llegó dos días después, cuando, ya en el taller de confianza, nos diagnosticaron el final de su vida útil: avería que no merece la pena arreglar por el coste que supone en relación a la antigüedad y el valor del coche. Sin contar el raspón de chapa y pintura sin arreglar que luce en un costado desde hace unos meses, el retrovisor que algún gracioso dejó colgando hace unas semanas (precariamente pegado y fijado con cinta adhesiva), la ITV que inexorablemente tocaba pasar en breve o la carencia de algún que otro elemento de seguridad pasiva (reposacabezas, obligatorios de un tiempo a esta parte) que me inquieta cada vez que alguien viaja en la parte de atrás.
La cuestión ahora es buscarle un sustituto. Sí, es cierto que el viejo automóvil se lleva muchas historias, pero como ocurriera con el cambio del BX al 106, otras nuevas están por llegar. ¿Serán en un híbrido? ¿tienen que ocurrir en un coche en propiedad o es momento de probar nuevas formas de uso de vehículo? ¿merece la pena comprar o el alquiler puede solucionar mis necesidad de automóvil? ¿qué hay del coche compartido?
Lo meditaremos en frío. Ustedes, ¿qué opinan?
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