Publicado en: En busca de ciudades sustentables por Sofía López Olalde. Texto original
Foto: aristeguinoticas.com |
Hace un par de años gobiernos de diversas ciudades comenzaron a alertar que los chicles tirados en las calles de la ciudad eran un problema de salud pública; se habló de 50 mil bacterias habitando en una simple bolita de chicle pisada por cientos de transeúntes; se habló de que podían ser fuente de posible contagio de muchas enfermedades.
También desde hace varios años muchas ciudades comenzaron a quejarse del gasto excesivo que representaba para sus sistemas de limpia remover tanto chicle tirado y pisoteado. La Ciudad de México dijo que remover un sólo chicle de la calle le cuesta alrededor de 20 centavos de dólar, Quito dijo que cada año gasta 122 mil dólares en limpiar goma de mascar de las calles de la ciudad, las patrullas 'quita chicles' de Murcia gastan 16 mil dólares al mes para hacer su trabajo y Santiago de Chile no se quedó atrás afirmando que al mes tenía que desembolsar más de 4 mil dólares para remover la pegajosa golosina de sus aceras.
Además del dinero la inversión en mano de obra medida en tiempo es muy alta; en Londres tardaron 17 semanas en remover los 300 mil chicles pegados en Oxford Street; diez días después la calle estaba como antes.
¿Qué tan nocivos son los chicles en el piso?, ¿qué se puede hacer para abaratar los costos de limpieza?, ¿qué han hecho muchas ciudades del mundo?
Antes de entrar en el tema de las bacterias, virus, hongos y demás seres nocivos hay que dejar claro que independientemente de la salud tirar un chicle en la calle es sucio y descortés. Sucio porque al final del día se trata de basura la cual tiene un lugar a donde ir diferente del piso y descortés porque sin duda en más de una ocasión nuestro andar ha sido víctima de un chicle aún pegajoso y sabemos lo molesto que es.
Desde la perspectiva de la salud pública, un chicle masticado es efectivamente un foco de infección. En la Universidad Internacional de Tsukuba el profesor Kaoro Kumada realizó una investigación al respecto y encontró que la goma de mascar en la calle tiene hasta 10 millones de bacterias que prosperan por gramo.
Para el medio ambiente las noticias tampoco son buenas; los chicles no son solubles en agua, no son biodegradables y encima de todo si se tiran a la basura revueltos con otras cosas reciclables pueden complicar su revalorización.
Foto: "Bubblegum Alley", por sanluisobispocounty.com |
En algunas ciudades del mundo la gente ha decidido comenzar a pegar chicles en muros, postes y árboles en vez de en el piso, si bien esto resuelve el problema de llevártelos puestos en el zapato no resuelve el tema de la propagación de bichos. Hay calles tan famosas como Bubblegum Alley en San Luis Obispo, California donde desde 1950 se pegan chicles en los muros de este singular callejón. Diversos grupos formados por vecinos y comerciantes de la zona han peleado contra esta pegajosa costumbre pero nunca han logrado nada.
Hay lugares emblemático donde la historia ha sido decorada con chicles multicolores como los restos del muro de Berlín o el muro de la casa de Julieta Capuleto en Verona; personalmente me parece una lástima.
Foto:' Restos del muro de Berlin', por Tyrexito |
En su desesperación las ciudades han hecho de todo, en Morelia, México por ejemplo, se instalaron mariposas de metal para pegar los chicles masticados, en ciudades de Inglaterra se invirtió en depósitos especiales para chicles, en Toronto se colectan en contenedores muy al estilo Willy Wonka para después reciclarlos y fabricar más chicles, en otras latitudes se han hecho grandes campañas para que la gente envuelva el chicle en un papel y lo deposite en el contenedor de basura y en Singapur, mejor prohibieron la venta de goma de mascar.
Foto: 'Contenedor para chicles en Toronto', por Blaine |
Lo que es cierto es que una vez más estamos frente a un problema de educación que va desde el altísimo consumo de chicles, las a veces desagradables formas de masticarlo y por supuesto las nocivas formas de deshacerse de él.
Ciudades hermosas, históricas, patrimonio de la humanidad, modernas, chicas o grandes cada vez coinciden más en algo: son todas ciudades de goma de mascar.
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