Publicado en: El Ambiente Entero por JST Sanz. Texto original

Me sorprendo hoy al ver un anuncio en televisión de un queso previamente cortado al que denominan “el original”. Esta táctica de remarcar la originalidad o la autenticidad de los productos es muy común en estos tiempos en que todo se imita y la idea de una empresa pronto es copiada por los rivales. Entonces, al pionero solo le queda recurrir a su condición de ser quien ideó la innovación. Afortunadamente, el consumidor responsable está alerta de esta y otras estrategias de venta.



Lo que me sorprende de este caso es que se presume de ser el primero en cortar un trozo de queso. Reflexionemos. Entiendo cuando Volkswagen registró la denominación TDI para sus motores turbodiésel de inyección, impidiendo que otras marcas la usaran. En su alegato, ser los inventores de esta novedad que supuso un punto de inflexión en la historia de los motores de combustión interna. Estamos hablando de toda una revolución automovilística de la que pueden seguir presumiendo décadas después.

Pero esta vez el reclamo es sobre cortar un trozo de queso, algo que hacemos todos los que compramos trozos de queso cuando llegamos a casa. La actividad consiste en coger un cuchillo y cortar pedazos al gusto para poder comerlo. No conozco a nadie que lo comiera a bocados hasta la llegada del queso previamente cortado a las tiendas, aunque no dudo que pueda existir.

Entiendo la innovación, puede parecer una idea evidente pero ellos fueron los primeros en vender un queso cortado y listo para consumir y a nadie antes se le había ocurrido. Pueden estar tan orgullosos como el primero que comercializó un bote de pepinillos en rodajas o un paquete de pan sin corteza. Sus ideas ahorraron al consumidor entre uno y tres minutos que pudiera invertir en cortar esos alimentos antes de ingerirlos, además de evitar que se ensuciara un cuchillo de más.

Lo que no concibo es que el consumidor responsable caiga en estas trampas del marketing y pague más por un producto que, en esencia, es el mismo de antes, pero se encarece por ahorrarnos sesenta segundos. De hecho, no es del todo igual porque, para más inri, parece que pierde sabor si lo adquirimos ya cortado.

Si compramos un pan de molde con corteza y se la quitamos en el momento de preparar el sándwich, nos podemos ahorrar unos céntimos. Igual si compramos enteros los pepinillos, la cuña de queso o los champiñones. Puede parecer una cantidad irrelevante pero el consumidor responsable sabe que céntimo a céntimo se consigue el gran ahorro.

Eso sí, recordad que este método de cortar en casa los productos para no pagar de más innecesariamente no es extrapolable a todos los campos. No os recomiendo comprar una barra entera de chóped o el costillar de una vaca porque podéis tener problemas para trocearlos en casa si no disponéis del material ni los conocimientos adecuados. Hay trabajos que es mejor dejárselos a los profesionales.

Puedes leer y comentar el artículo completo en El Ambiente Entero