Agua y suelo. Un llamamiento a la cordura

Absolutamente todo el mundo sabe que los recursos naturales son limitados y que la Tierra tiene un tamaño determinado, sin embargo nuestra sociedad y especialmente nuestra economía actúa como si estos límites no existieran y es por ello que siempre se busca un mayor y más rápido crecimiento económico, como si un mayor volumen económico fuera sinónimo de mayor bienestar, hasta dar la sensación de que el ser humano no depende de la naturaleza y puede vivir aislado de ella y de sus procesos. No nos engañemos, seguimos siendo animales y como tales dependemos absolutamente de los recursos que nos proporciona la Tierra y especialmente de dos de ellos, agua y suelo, pues nos proporcionan la base más elemental de nuestra supervivencia.

La población mundial sigue aumentando mientras la extensión de tierras fértiles y la disponibilidad de agua sigue disminuyendo debido fundamentalmente a la extensión de las áreas urbanas, a innumerables procesos de desertificación y contaminación. Ejemplos particulares hay miles a lo largo del mundo, pero quizás el Sahel o Bangladesh son los lugares donde estos problemas ambientales constituyen, ya actualmente, gravísimos problemas humanitarios.

Aquí en España, la situación resulta especialmente sangrante. El territorio español tiene, en general,  un clima semiárido o sub-húmedo seco y una elevada superficie montañosa. Es decir no demasiada disponibilidad de agua y cierta facilidad para la pérdida de suelo, y a esta susceptibilidad natural le añadiremos las acciones (o atentados) perpetrados contra el territorio sin atender lo más mínimo sus condiciones intrínsecas, a saber, técnicas de cultivo inadecuadas y determinados cultivos en lugares inadecuados, sobreexplotación de acuíferos por encima del nivel de su recarga, siendo esto especialmente en áreas de costa por la intrusión marina en las aguas de riego y de uso doméstico, situación está especialmente provocada por la agricultura intensiva llevada a cabo sin ningún control en cuanto a la extracción de agua y a la ingente cantidad de superficie construida en el Mediterráneo español y que requiere una extracción de agua muy superior a la disponible en los acuíferos. Así mismo esa agricultura incontrolada suele provocar problemas debido a la lixiviación de fertilizantes y pesticidas y la vorágine inmobiliaria, a su vez, ha provocado que muchas de las tierras más fértiles del país sean para siempre totalmente inservibles para otro uso.

Por otro lado las aguas residuales de origen industrial, si no tienen las medidas adecuadas o se dan en suelos muy arenosos (sobre todo los cercanos a la costa) con el consiguiente peligro de lixiviación hacía el acuífero por la nula actividad química de las arenas y su gran permeabilidad, privando a su vez a la sociedad de una tierra que posiblemente sea muy apta para la agricultura o a la conservación si su valor ecológico es alto.

Otra cuestión son las urbanizaciones incrustadas en mitad del monte, en laderas de fuertes pendientes, en mitad de barrancos o a escasos metros del mar, donde se aumenta la escorrentía superficial al disminuir la infiltración y donde los riesgos por inundaciones, avenidas y deslizamientos, entre otros posibles problemas aumentan los riesgos para la población. Y por último los incendios forestales, mecanismo natural de renovación propio del ecosistema mediterráneo pero que con la magnitud que se presenta en los últimos años comprende uno de los principales problemas ambientales de nuestro territorio, la gran mayoría se producen por negligencias o directamente intencionados, y conllevan en primera instancia la pérdida de suelo y la menor infiltración del agua de lluvia, siendo esta totalmente desaprovechada y pudiendo ocasionar graves inundaciones por la estacionalidad y cierta torrencialidad de nuestro clima.

A todos estos procesos se une la escasa investigación de estos gravísimos asuntos y la escasez de medidas oportunas. Con nuestro clima, nuestro territorio, la erosión, contaminación  y salinización del suelo, la ruptura del ciclo hidrológico en nuestros acuíferos y su contaminación, las políticas adoptadas y la escasa conciencia, nuestro país se convierte en carne de cañón para la desertificación, y a nadie le gusta vivir en un desierto y más habiendo vivido en una tierra fértil y de enorme biodiversidad. Si no se toma conciencia del delicado equilibrio donde nos movemos, podremos complicar en un futuro nuestra independencia alimentaria e hídrica, abocándonos a una miseria perpetua. Suena duro, aunque pienso que aún estamos a tiempo de salvar la situación de crisis ecológica.

La solución es bastante sencilla, pero la decisión de adoptar unas políticas territoriales atendiendo al sentido común y no a la economía se me antoja harto complicado. La solución a estos problemas en parte deriva de una cuestión tan natural como ser ordenado, poniendo cada cosa en su lugar, y esto se puede hacer dando más relevancia a las metodologías de determinación de capacidad de uso e impacto ambiental, para identificar en cada unidad del territorio la actividad más adecuada para ella, ¿verdad que no tiene sentido poner un polígono industrial en una zona cuya mayor potencialidad es agricultura? ¿O tiene sentido hacer una urbanización en lugar que previsiblemente se inundará? ¿Y tiene sentido instalar una zona residencial en el único lugar donde podría ir sin impactos un polígono industrial? ¿Tiene sentido instalar actividades que requieren más agua de la disponible? ¿Tiene sentido poner una taladradora en una nevera?. Son todo contrasentidos, seamos razonables porque nuestro futuro y el de las siguientes generaciones está en juego.