Granada: transporte sostenible, transporte imposible (I)

Publicado en: Andanzas de un Trotalomas por Trotalomas. Texto original

En pleno siglo XXI, una de las premisas que debe cumplir cualquier ciudad que quiera anteponerse el título de “sostenible” es cuidar de la movilidad de sus ciudadanos. La reducción del tráfico rodado, generador de diversos problemas de salud ambiental (como el ruido o la contaminación fotoquímica, entre otros), debería estar entre las prioridades de cualquier gestor municipal. Uno de los pilares de la movilidad es la eficiencia del transporte público, que debe ser lo suficientemente atractivo como para que el ciudadano opte por utilizarlo antes que un vehículo privado a motor. Parte de ese atractivo viene determinado por la frecuencia de paso, la eficacia –por su amplia distribución geográfica y rapidez– para llevar a la gente a su destino o cerca del mismo y el precio del transporte. En Granada, si hablamos de los autobuses urbanos, todo lo anterior queda invalidado por la generalizada mala educación de sus conductores.

He de confesarlo: nunca he sido un buen usuario del servicio de autobuses urbanos de la capital granadina. Ni durante mi época de estudiante universitario ni después he hecho un uso frecuente de su servicio. Cuando vivía en el pueblo prácticamente siempre iba a Granada en bus y me movía por la ciudad andando y cuando pasé a residir en ella seguían siendo mis pies –ora caminando, ora en bicicleta– los que me trasladaban de un lugar a otro. Granada es una ciudad pequeña y lo bastante compacta como para que sea posible atravesarla sin mucho problema y en no demasiado tiempo si las piernas responden como deben. Y, en el peor de los casos, tienes disponible el servicio de autobuses urbanos (además del metro ligero que estará disponible en el futuro gracias a la “envidia política” que ha hecho que proliferen las obras en tantas capitales andaluzas desde que Sevilla aprobó la construcción del suyo, independientemente de la conveniencia o no de contar con tal servicio). Digo en el peor de los casos, y digo bien, porque si no nos queda otra que hacer uso de este servicio público en Granada sus conductores posiblemente desplieguen ante nosotros su idiosincrasia de “malafollás granaínos”. Tiempo atrás tuve que sufrirla en alguna que otra ocasión, y el pasado fin de semana disfruté del buen hacer de los conductores de Rober, la concesionaria del servicio de autobuses en Granada, por dos veces, ambas con la misma línea de autobuses.

El sábado, después de hacer unas compras en el barrio del Zaidín, donde viví un par de años, me dispuse a dirigirme al centro de la ciudad para disfrutar de la Feria del Libro y asistir a una charla en la que estaba interesado. Mi pareja y yo nos habíamos acercado –equivocadamente, por cierto– al edificio de cierta Caja donde esperábamos que se celebrase la ponencia, ya que era en las instalaciones dedicadas a la obra social de la misma done iba a llevarse a cabo. Tras encontrar el edificio cerrado y hablar con otra pareja que esperaba a sus puertas llegamos a la conclusión de que la sala no estaba ubicada allí, sino en una sala situada en un edificio cercano a las casetas de la Feria. Desde el lugar es posible ver la parada donde está situada la cabecera de la línea 1 de los autobuses de la Rober y divisamos un autobús parado, así que ni cortos ni perezosos nos dirigimos a la misma corriendo para evitar perder el bus. Conforme llegaba a su altura arrancó y, aunque hice señas al conductor junto a la puerta este arrancó inmisericorde dejándonos, como suele decirse, con un palmo de narices.

La conducta descrita es la habitual en los conductores de autobuses de Granada y, de hecho, la he visto siempre razonable cuando la contemplaba en días laborables. La frecuencia de paso es más elevada y si los autobuses tuvieran que ir deteniéndose cada vez que alguien llega en el último momento serían muchos los viajeros que resultarían perjudicados. Sin embargo, los fines de semana y a horas en las que la frecuencia de paso es mucho mejor deberían ser, a mi parecer, más flexibles, máxime cuando en ocasiones son personas mayores las que, mano en alto, solicitan al conductor que espere.

Sin embargo, no fue ese detalle (solventado finalmente dirigiéndonos a la parada de otra línea que también nos acercaba a nuestro destino), sino el que relataré en la próxima entrada, el que ha hecho que me siente a reflexionar sobre el blog sobre lo improbable, cuando no imposible, de la movilidad sostenible en Granada. Mañana, más.


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