Publicado en: Andanzas de un Trotalomas por Trotalomas. Texto original
Una vez finalizado el periodo de exámenes, en un primer cuatrimestre durante el cual he intentado dar un poco más de mí mismo en todos los frentes, queda la mezcla agridulce del trabajo bien hecho y de la sensación de haber podido dar mucho más si las circunstancias lo hubiesen permitido. Esto me ha llevado a poner sobre la mesa la necesidad de definir el límite al que debería llegar el nivel de exigencia que me había autoimpuesto y el objetivo de meramente dejarme llevar y disfrutar sin más de lo que estoy haciendo.
Ya que en cuanto terminé los exámenes pasé directamente a preparar las asignaturas del nuevo cuatrimestre, este último fin de semana, cuando pude ir finalmente a Granada aprovechando el puente del Día de Andalucía, supuso una verdadera desconexión y un hálito de viento fresco para mí. Aunque podría haber sido mejor, ya que en ciertos aspectos habría sido muy mejorable (de algunos de ellos hablaré en una próxima entrada), lo cierto es que ha supuesto una especie de reencuentro conmigo mismo. Y, si bien los “bichejos” que traigo hoy no son particularmente singulares, tal y como hablaba el sábado con mi buen amigo Sergio en nuestra Dehesilla querida, cualquier especie tiene su lugar en la naturaleza, su importancia realmente vital en el equilibrio de los ecosistemas en los que se integra.
Como ya he avanzado, el sábado por la tarde anduvimos Sergio y yo por las inmediaciones de la Dehesilla y aprovechamos para mantener una interesante charla con el presidente de la sociedad de cazadores de Santa Fe y con un motorista que nos encontramos en aquella zona. Se quejaban del uso y abuso que del yacimiento de aguas termales y de los olivares aledaños, abandonados tras el fiasco del proyecto de urbanización de FADESA y el Ayuntamiento , hace una serie de mal llamados hippies que acampan en la zona, organizan fiestas rave que se prolongan durante toda la noche y buena parte del día, con el consiguiente perjuicio para la fauna local (pensad que, en una noche tranquila, el golpeteo de la música puede escucharse desde el propio casco urbano del municipio, que dista unos 5 ó 6 kilómetros del manantial). Además, mantienen gran cantidad de perros sueltos que, llegada la primavera, pueden suponer un grave peligro para la viabilidad de las polladas de perdices, los gazapos y las crías de todo tipo de fauna, cinegética o no, siéndolo durante todo el año para los adultos. Teniendo en cuenta todo lo anterior, se entiende la preocupación de nuestros interlocutores que, al fin y al cabo, es la misma que tenemos nosotros, si bien por distintas motivaciones.
El uso del campo por ciertos individuos como un vertedero, que incluso parecer querer dotar de cierto toque lúdico-artístico a sus desaguisados, es sin duda imperdonable. Como si de un rastro se tratase, su basura nos habla de la nula integridad moral de quienes llevan a cabo tales acciones; la guasa en cuestión podría haber costado la vida a la higuera de la fotografía.
Pero no todo fue malo y, como decía al principio, disfruté de lo lindo de la tarde. Anduvimos charlando, plantando algunas bellotas de coscoja y deambulando por el pinar hasta que el inconfundible ulular del Gran Duque nos hizo callar. Estaba cerca y, durante varios minutos, repitió insistentemente su reclamo. Al poco rato, silencio. Mudez en su voz y mutismo en su vuelo, nos permitió contemplarle durante unos segundos entre las copas de los árboles antes de desaparecer. Tras un minuto que se hizo eterno, volvió a designar como suyo el dominio del bosque-isla que es nuestra dehesa.
Ya de noche, las estrellas iluminaban discretamente nuestro camino (afortunadamente, la contaminación lumínica siempre está ahí para ayudar al paseante) y el del animal poco cuidadoso que se atrevió a pasar cerca de nosotros y no pudimos ver. Contaremos con nuestro buen amigo Otus y sus dotes (y artilugios) montaraces para saber de qué se trataba en una próxima ocasión.
Al día siguiente aproveché la mañana para salir por las choperas, junto a la ribera del Genil. Una pareja de ánade real fue el contrapunto al silencioso vuelo del búho real, con su parpado insistente y continuo que se oía a la legua.
Los viejos troncos podridos, junto a las acequias, son el paraíso del entomólogo, y en la medida en que me dejaron mis acompañantes –mi hermano y nuestros tres canes– anduve hurgando en ellos. Aunque bien es sabido, conviene recordar que debemos dejar la naturaleza en el mismo estado en que la encontramos, volviendo a colocar en su lugar las piedras o troncos que levantemos durante nuestro safari entomológico.
Tras recuperar la cabeza de un ratonero que encontré muerto en su día y que dejé enterrada para que los necrófagos la aprovecharan en lo posible y me aliviaran en parte el trabajo de limpiarla, nos fuimos a tierras más altas, de secano, a localizar en un olivar un par de desplumaderos que había encontrado mi hermano un par de semanas atrás mientras buscaba exquisitos espárragos trigueros. Situados sobre dos olivos adyacentes, las plumas de sendos mochuelos se esparcían en derredor. Ninguna de ellas mostraba los típicos cañones cortados propios de un depredador mamífero, así que quien les había dado muerte y devorado era también un plumífero animal.
Más adelante encontré una paloma torcaz descabezada, muerta recientemente y empezando a ser devorada por las hormigas. También estaba al pie de un olivo, y su abandono tal vez se debió a que algo ahuyentó a su cazador. O cazadora. Por el entorno, un olivar relativamente frondoso (para la habitualmente espaciada distribución suelen presentar estos cultivos), la forma de ser depredados y el tamaño de la última pieza, me vino a la mente el territorio de un gavilán, y posiblemente de una hembra de esta especie por el tamaño de la paloma en cuestión. De todas formas, podríamos estar ante la presencia de varios individuos o tratarse de alguna otra especie. ¿Qué opináis vosotros?
Por último, estuve un buen rato disfrutando del sol en un excelente día, como mis buenas amigas las lagartijas (ibéricas ellas), hasta que las dejé buscándose la pitanza para ir en busca de la mía propia.
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