Publicado en: Andanzas de un Trotalomas por Trotalomas. Texto original

Es el tema de moda. Pasarán los días, llegará una borrasca y la lluvia ácida lavará la conciencia de los políticos, que pospondrán las medidas que atajen el problema, y de la población, ajena voluntariamente a las consecuencias que para la salud y el bolsillo tiene la contaminación.

Por desgracia, la problemática de la polución en las grandes ciudades es conocida desde hace décadas y poco se ha hecho para remediarla. Es más, los ciudadanos generalmente acogen con el ceño fruncido las medidas propuestas para reducir la contaminación provocada por el uso de vehículos: un mayor uso del transporte público (cierto que muy mejorable en bastantes ocasiones) o de la bicicleta, la restricción de paso de vehículos privados en el centro de las ciudades o el cobro de una tasa de acceso a determinados puntos de las mismas no suelen estar bien vistas entre los conductores. Para muestra un botón: cuando hace poco se planteaba un debate en torno a los problemas de acceso y aparcamiento en el PTA (Parque Tecnológico de Andalucía) de Málaga y comenté entre amigos y compañeros la posibilidad de cobrar un euro, por ejemplo, por acceso diario al recinto, las miradas se tornaron hostiles aun cuando el montante no llegaría en ningún caso a 25 € al mes. El dinero recaudado por este medio se debería dedicar, eso sí, a la mejora de infraestructuras alternativas (accesos mediante carril-bici desde las barriadas cercanas y, por fin, desde la capital malagueña) y a otros fines que contribuyesen a contrarrestar de algún modo los costes medioambientales en que se incurre al usar un vehículo privado. También se fomentaría así el uso compartido de los coches y se evitarían los diarios atascos a la entrada y salida del Parque en hora punta donde, aburrido, uno puede dedicarse a contar el número de personas que viajan en cada vehículo: una, dos en raros casos, tres a lo sumo. Otras medidas serían necesarias, por supuesto, como la ampliación del tramo de metro proyectado hasta la zona universitaria, que depende en este caso de la administración, o la puesta a punto de un sistema de teletrabajo, siempre que sea factible, labor esta de empresas y trabajadores. Posibilidades, por tanto, existen a diversos niveles y lo que se hace necesario es adoptar y poner en práctica aquellas que devengan en un mejor estilo de vida, más saludable y respetuoso hacia los demás y, por ende, hacia nuestro entorno.

Central Térmica de Campanillas 1

Y la verdad es que la central térmica no ayuda demasiado a mantener la contaminación atmosférica a raya.

Central Térmica de Campanillas 2

Pues nada, ya estamos llegando al trabajo...

Aunque no pensé escribir sobre este tema cuando leí hace unas semanas el artículo que en 1/4 de Ambiente se dedicaba al suspenso de Madrid (no al menos ahora, en plena cresta de la ola mediática), tras varios días escuchando hablar sobre la elevada tasa de contaminación tanto en Barcelona como en la citada capital de España y, sobre todo, después de leer ayer las singulares declaraciones de la Señora Azul sobre lo peregrino del problema y de Ana Botella echando balones fuera (“el paro asfixia más”, sin comentarios), me he decidido a hacerlo, siquiera para recuperar un breve escrito que publiqué hace ya casi cuatro años en un blog primigenio, donde se barruntaba ya la esencia de estas andanzas trotalomescas. En aquel entonces le di el título de “Amaneceres” y su final vaticinaba una amenaza que finalmente no se materializaría, por fortuna: la construcción de una megaurbanización de lujo en los terrenos aledaños al Parque Periurbano de la Dehesa de Santa Fe.

Amaneceres

Amanece, que no es poco, en la provincia de Granada. Desde la Dehesilla podemos contemplar el hermoso efecto óptico que supone ver al astro rey alzarse sobre la silueta del pinar. Sus rayos, iluminando sesgadamente los olivares, los campos de cereal, parecen encontrar cierta reticencia a ahondar en la Vega del Genil. Aunque el cielo comienza a tomar el tono celeste que define a todo “buen día”, un oscuro manto marronáceo cubre los diversos pueblos de la comarca, las choperas, los caminos, las veredas…

Es el smog. La afirmación nace en nuestro interior, puesto que ningún sonido, excepto el rumor de la ligera brisa entre las ramas y el canto de algún pajarillo, llena el aire. El smog, prosigue la voz, profunda y cadenciosamente, es esa niebla que caracteriza a tantas y tantas ciudades. Cubiertas permanentemente por una cúpula auto-protectora de humo y partículas de diversa índole, no vaya a ser que el aire limpio ventile demasiado nuestras neuronas y nos haga pensar, por un momento sólo, qué camino es este que estamos siguiendo, y si no será mejor parar un poco el carro del progreso y, si acaso, bajarnos de él. Solamente después de un fuerte aguacero queda limpia –es un decir, por supuesto- la atmósfera, y podemos olfatear el asfalto mojado y las duras aristas de los edificios de acero y cristal. Pero no seamos pesimistas; no es este el caso de nuestro pueblo, Santa Fe. Aquí los edificios aún son de ladrillo y bloques de hormigón, si bien es cierto que, cada día más, afloran como hongos en otoño los adosados de muros prefabricados y plano único. La llegada de la informática, con sus controlcé y controluve, al mundo de la arquitectura ha hecho estragos.

Ahora bien, Santa Fe no debe ser un pueblo de segundas, que viva anclado en el pasado, en sus belicosos orígenes de campamento cristiano, sino que debe abrirse al futuro, al turismo y a la madre que nos parió. Es por eso, por lo de abierto, que hemos decidido adoptar al golf como deporte oficial y celebrar, cada año, un campeonato, que en la jerga golfística se llama open y que, en inglés, por lo que se ve, significa abierto. Sí, al golf, ese deporte tan castizamente británico, mucho más chic que la petanca, dónde va a parar. Hasta el nombre tiene un no sé qué que te lleva a pronunciarlo: golf. Golf. Se te llena la boca con él, rellenando las circunvoluciones del paladar, de los carrillos, impregnado como está de una flema que podríamos titular anglosajona o, cuando menos, norteña. Eso sí, por similitudes fonéticas no conviene pronunciarlo muy seguido, so pena de atraer a cuatro pulgosos. A cuatro canes me refería, claro.

Esperemos que el horizonte futuro, tanto para la Dehesilla como para nuestras ciudades, se presente más limpio y brillante que los cielos de estos días. En nuestra mano está conseguirlo, por supuesto. Me despido dedicando una canción a quienes prefieren esconder la basura debajo de la alfombra (léase solicitar moratorias a la Unión Europea para seguir incumpliendo lo dictado por la ley) en lugar de afrontar el problema y tratar de darle solución:

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